21 enero 2013



Marla se levanta de la mesa de la cocina; lleva puesto un vestido azul sin mangas, de una tela brillante. Marla tira del extremo de la falda y se la levanta para mostrarme las diminutas puntadas del dobladillo. No lleva ropa interior y me guiña un ojo.
 - Te quería enseñar mi vestido nuevo - dice Marla -. Es un vestido de dama de honor y está todo cosido a mano. ¿Te gusta? En el mercado benéfico de la Buena Voluntad lo vendían por un dólar. ¿Puedes creer que alguien haya estado dando puntadas minúsculas con el único fin de confeccionar un vestido tan horrible? - dice Marla.
 La falda es más larga por un lado que por el otro y la cintura caída orbita alrededor de las caderas de Marla.
 Antes de irse a la tienda, Marla se levanta la falda con las puntas de los dedos y baila una especie de danza alrededor de mí y de la mesa de la cocina moviendo el trasero, que se menea. Lo que le gusta, dice Marla, son todas esas cosas que la gente desea con intensidad y luego tira una hora o un día después; como los árboles de Navidad, que son el centro de atención hasta que, pasadas las fiestas, se ven esos árboles de Navidad muertos, todavía decorados, tirados a un lado de la autopista. Al contemplarlos, piensas en los animales arrollados en la carretera o en las víctimas de crímenes sexuales, que llevan la ropa interior al revés y están maniatadas con cinta aislante negra.
 Sólo quiero que se largue de aquí.
 - El Centro de Control de Animales es el mejor sitio - me dice Marla -. Todos los animales, los perritos y gatitos que la gente quiso y luego abandonó, hasta los animales viejos, bailan y saltan a tu alrededor para llamar la atención, porque pasados tres días les inyectan una sobredosis de fenobarbital y los arrojan a un enorme horno para mascotas.
> El sueño eterno, al estilo de El valle de los perros.
> Donde te castran, aunque alguien te quiera lo suficiente como para salvarte la vida. - Marla me mira como si fuera yo quien se la tira y me dice -: Contigo no hay nadie quien gane, ¿verdad?.
 Marla sale por la puerta de atrás cantando aquella canción espeluznante de El valle de las muñecas.
 Me quedo mirándola mientras se aleja.
 Me quedo en silencio uno, dos, tres segundos hasta que Marla desaparece por completo por la puerta.


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